Shakira, Shakira… ¿Qué te pasó?

Venía zafando del Mundial. Después de escuchar de fondo el recital que ofició de ceremonia pre inaugural, superé el espectáculo de hoy a la mañana porque me agarró en pleno viaje a Vicente López. Hasta ahí, mi espíritu mundialista seguía escondido en el séptimo cajón de mi vestidor.

Pero algo pasó. Cuando entré a la sala de reuniones, lo primero que escuché fue: “¿Vieron la ceremonia? Dicen que se pareció mucho a la de Argentina por las formas humanas”. Mi respuesta, digna de un ente apático fue: “Sólo escuché ladrar a Shakira, esa fue mi única interacción con el mundial”.

Para mi sorpresa el diálogo se extendió a todos los presentes y los hombres de la reunión decidieron reparar en lo extraño que les resultaba la unión entre Shakira y Antonio de la Rúa. Eso sí, siempre rememorando el espectáculo que la colombiana brindó en Sudáfrica (para las desprevenidas, el video).

“A ese pibe hay que hacerle un monumento”, arrancó uno.

“¿Por qué?”, retrucó una mujer.

“¿Vos viste lo que es Shakira?”, insistió el catador de colombianas.

“Bueno, pero para él debe ser difícil estar siempre en un segundo plano”, agregó la mujer afianzando su posición.

“Por mucho menos yo he aceptado con gusto estar en un segundo plano”, retrucó el hombre.

Y ahí me quedé pensando. Entre debate y debate, la reunión me llevaba siempre a una misma pregunta: ¿Qué le pasó a Shakira? Me acordé de aquellas viejas épocas en las que cantaba, con sus importantes caderas, canciones de amor. “Supo ser la Alanis Morissette latinoamericana”, me dijo alguna vez una amiga que hoy es música y que ha salido en algunos números regionales de la Rolling Stone.

Shakira no arrancó su carrera explotando la sexualidad (porque no es sensual, es sexual). Con sus pelos siempre frizados, sus pantalones de cuero que resaltaban su celulitis (presten atención al unplugged que grabó para Mtv) y sus canciones de desamor, la colombiana supo hacerse de un lugar tanto en la industria musical como en la mente del género femenino.

En esas épocas, la colombiana osaba decir ante cuanto micrófono se le presentaba que estaba en contra de las artistas que abandonaban su “esencia” para responder a los parámetros de la industria y de la sociedad. “Soy latina, tengo caderas y estoy orgullosa de ello”, defendió en varias entrevistas. A continuación, uno de los temas que cantó en el especial para Mtv.

Todo cambió cuando decidió desembarcar en el mercado estadounidense y comenzó su transformación. Pasó varias horas en un gimnasio, abandonó el colorado mal teñido por un rubio platinado y colgó sus pantalones de cuero para abrazar, con su nueva silueta, trajecitos más reveladores. En pocas palabras: se britneyspearsó. Si les queda alguna duda, comparen la vieja presentación con esta para la televisión estadounidense.

Pero, ¿qué pasó? ¿En qué momento decidió abandonar sus convicciones? ¿Vendió su música por algunos millones de dólares o por la presión de ser aceptada y valorada por los estrictos parámetros sociales?

Shakira logró lo que muchas se proponen: convertirse en un objeto de deseo masculino que, fiel a la falta de memoria, olvidó que alguna vez criticó a la regordeta y poco limpia mujer que buscaba cambiar el cielo por el mar.

No criticamos que quiera sentirse mejor. Mucho menos que explote su sexualidad. Simplemente le pedimos coherencia. Desde la impunidad, desde su traición al género, desde la baba del género masculino y desde la más profunda envidia, decimos: volvé Shakira, volvé a escribir canciones latinas, abandoná tu flojo inglés que serás bien recibida.